"Una semana después, una tarde a la salida de la escuela, Billy le ofreció llevarla a casa, y ella
aceptó.
É1 era lo que los otros chicos llamaban un zángano, un grasiento de medio pelo. Sin
embargo, algo en él la había atraído y en ese momento, en que yacía soñolienta en esa cama ilícita
(aunque, al mismo tiempo, sentía que se despertaba en ella cierta excitación y un temor que le
resultaba agradable), pensó que podría haber sido su coche... por lo menos al comienzo.
Estaba a kilómetros de distancia de los anónimos ve hículos fabricados en serie que
conducían sus acompañantes y que tenían ventanas de una sola pieza, volantes plegables y un olor
a forros de plástico y disolvente para el parabrisas vagamente desagradable.
El coche de Billy era viejo, oscuro, en cierto modo siniestro. El parabrisas tenía un aspecto
lechoso en los bordes, como si empezara a formar una catarata. Los desvencijados asientos no
estaban fijos en ninguna parte. Botellas de cerveza vacías entrechocaban y rodaban en la parte de
atrás (sus acompañant es de los clubes estudiantiles bebían la marca «Budweiser»; Billy y sus
amigos, «Rheingold»), y ella tenia que colocar los pies a los lados de, una enorme caja de
herramientas cubierta de grasa y sin tapa. Las herramientas que contenía eran de distintas marcas,
y sospechaba que muchas de ellas eran robadas. El coche olía a aceite y gasolina. El ruido de
los tubos llegaba estrepitoso y estimulante a través de las delgadas tablas del piso. Una hilera de
esferas colgadas bajo el tablero indicaban: «amperios», «presión de aceite», «tacómetro» (sea eso
lo que fuere). Las ruedas traseras estaban medio salidas y el capó parecía llegar hasta el suelo.
Y, por supuesto, conducía a gran velocidad.
La tercera vez que la llevó a casa, uno de los gastados neumáticos delanteros reventó cuando
iba a cien kilómetros por hora. El coche dio un chirriante resbalón y ella gritó, súbitamente segura
de que iba a morir. Una imagen cruzó por su mente: su cuerpo quebrado y cubierto de sangre que
había sido lanzado contra la base de un poste de teléfonos, la fotografía en un periódico mostraba
sus restos y parecían un montón de trapos. Billy soltó una palabrota y llevó rápidamente el volante
hacia uno y otro lado.
Finalmente, el coche se detuvo en el borde izquierdo de la carretera. Ella se bajó y sus
rodillas amenazaban doblarse a cada paso. Habían dejado una serpenteante huella de goma
quemada a lo largo de veinte metros.
Billy ya abría el portaequipajes y sacaba el gato mientras refunfuñaba para sus adentros. No
se le había movido un pelo.
Pasó junto a ella. Un cigarrillo le colgaba del extremo de la boca.
-Tráeme la caja de las herramientas, ricura.
Ella quedó estupefacta. Abrió y cerró la boca dos veces, como un pescado fuera del agua,
antes de que le salieran las palabras.
-¡Ido..., no pienso hacerlo! Casi me... eres un... casi...
¡bestia! !Y además está sucio!El sé dio vuelta y la miró de manera inexpresiva.
La traes, o mañana no te llevo a las peleas.
-!Me revientan las peleas!
Nunca había estado en una, pero su indignación le exigía pronunciar frases terminantes. Sus
otros acompañantes la llevaban a conciertos de música rock, que ella odiaba. Siempre terminaban
sentados junto a alguien que no se había barrado hacía varias semanas.
Él se encogió de hombros, se dirigió hacia la parte delantera del coche y comenzó a elevarlo.
Ella le llevó el cajón de las herramientas, con lo cual cubrió de grasa su jersey nuevo. El
gruñó sin darse vuelta. La camiseta se había salido del pantalón tejano. La piel de su espalda era
lisa, bronceada, había vida en sus músculos. Se sintió fascinada y advirtió que su lengua se
deslizaba hacia un extremo de su boca. Le ayudó a sacar la rueda y le quedaron las manos negras.
El coche se balanceó peligrosamente sobre el gato. La rueda de repuesto estaba gastada.
Cuando volvió a subirse al coche, una vez terminada la operación, tenía grandes manchas de
grasa en el jersey y en la falda roja que llevaba.
-Si te imaginas... -comenzó ella, en cuanto él se puso al volante.
Billy se. acercó y la besó mientras movía pesadamente sus manos sobre sus pechos y su
cintura. Su aliento olía a tabaco, también sintió olor a sudor y a brillantina. Ella finalmente apartó
el rostro y bajó la vista mientras trataba de recuperar el aliento. Las manchas del jersey eran ahora
de tierra y grasa de la carretera. Le había costado veintisiete dólares con cincuenta centavos en
Jordan Marshy, y ahora ya no iba a servir sino para tirarlo a la basura. Sentía una excitación
intensa, casi dolorosa.
-¿Cómo vas a explicar eso? - le preguntó, y volvió a besarla.
Chris sintió el contacto de su boca y le pareció que sonreía.
-Tócame le dijo al oído-. Tócame entera. Fasúciame.
El lo hizo. Una de sus medias se rajó con, un ruido semejante al crujido de una mandíbula.
Billy le subió violentamente la falda hasta la cintura. La manoseó vorazmente, sin delicadeza
alguna. Y algo -quizás eso, quizá porque había visto la muerte muy cerca- le provocó un orgasmo
repentino, estremecedor. Había ido a las peleas con él.
-Las ocho menos cuarto -dijo Billy. Se sentó en la cama, encendió la lámpara y comenzó a
vestirse.
Su cuerpo todavía la fascinaba. Pensó en la noche del lunes anterior y cómo había sido. El
había...
(no)
Habría tiempo suficiente para pensar en eso más adelante, quizá cuando hiciera por ella algo
más que causar excitaciones inútiles. Lanzó las piernas por encima del borde de la cama y se
colocó unas delgadísimas bragas.
-Tal vez sea una mala idea -dijo ella, sin saber si lo estaba poniendo a prueba a él o a sí
misma-. Quizá lo que deberíamos hacer es volver a la cama y...
-La idea es buena -replicó él, y una sombra de humor cruzó su rostro-. Sangre de.puerco para
dos puercos.
-¿Qué?
-Nada. Vamos, vístete.
Se vistió y, cuando salieron por la escalera trasera, sintió una enorme, excitación que crecía
en su vientre como una vid nocturna y rapaz."
Stephen King.