Telaraña cruenta y cruenta, sutil hilo de cristal.
Habrían más dioses que penumbra si estas sábanas fuesen de seda carmesí,
y menos vergüenzas si aprendiésemos a poder bailar desnudos.
Pero hoy es un día opaco, ya sé, y tiene algo de brillante y algo de bizarro el atardecer cuando no se ve.
Hay tanta, tanta soledad acá, y tanta sinfonía nauseabunda que no quiero ni escuchar.
Cuando todos los que te rodean sobran y no hay ni una canción que quieras compartir y los puchos faltan y las horas sobran.
Quizá algún próser esté perdiendo la cordura por ahí, llenando tumbas antes de tiempo o por ahí hay algún pianista interpretando la Décima Sinfonía sin ninguna cohibición o reproche.
No se qué puede ser, pero el ambiente está descolocado y no hay sueños ni ambiciones en este preciso momento.
No, vieja, no. No me pases el teléfono, decí que no estoy.
Decí que me fui y que es poco probable que vuelva igual.
Debe ser porque el día esta opaco, ya se.
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