martes, 20 de abril de 2010

Pride


Es que no es normal eso de darle cianuro al orgullo enloquecido, y limpiar con lenguetazos sus rincones heridos, para que cante a la mañana a garganta descocida de gritos desesperados que no quise decirte al oído.
No se si por despecho o por innovación, pero en noches como estas prefiero que sea el electrónico sonido de la libertad el que me lleve a través del callejón sin salida. Innovaste en hacer de éste un cuerpo residual, y me tiraste con flores de fantasía para ponerlas en el jarrón de mi desconcierto.
Y éste vaivén que nada conocía de desamores, me vio brillar a mil pies por encima de la Luna y quejarme a los cometas de injusticias que rayaban la locura.
Y el coloso miedo de lo desconocido, se me acurrucó para llenarme de caprichos de noche fría, de lágrimas de mentira que más sinceras que nadie velaron por mi cintura quebrada y mi cabeza a noventa grados.

Me resguardé en un hotel de cigarrillos y le alquilé un cuartito pulcro a la razón, pero escupí los buenos modos que me quedaban por todo el piso.
Que a veces se tildan de honores a los cuadros añejos y de vidrios trizados a un cristal que se perdió. Y hoy me siento mordiendo polvo. ¿Cómo puede alguien acostumbrarse a esto?
Este plástico culposo lleva de insignia a la mediocridad que no es mi amiga, a la cual nunca quise agendar en mi teléfono. Porque no, porque no quiero que ni se le acerque con ese hambre que se come a los imbéciles promedio, mientras le hacen una fiesta a su voluntad obsoleta y le brindan con vino barato a esos ideales facilistas que se fijan.

Y no entiendo, y no entendía.

Mientras una noche el fuego consumió mis costillas, pero el fuego ardía y no era fuego. Era anhelo, y era envidia. Sentimientos paganos de copas vacías, y el trago amargo en la caída de las velas que anunciaban su partida.