viernes, 3 de junio de 2011

Eras tan frágil.

Sos una lámina quebrándose.
Te volvés grieta en mi memoria. Eras una pieza tan delicada que siempre me dio mucho miedo apretarte: te miraba y te hablaba con cuidado.
Que fueran mis palabras las que te abrazaran, que fueran mis ojos.

Una noche charlaba con vos y, por casualidad, nos vi en reflejo de la ventana que estaba atrás tuyo.
La imagen era exacta. Se dibujaban, fríos, espinosos, los arcos de tu columna desnuda.
La espalda blanca con los lunares que me sabía de memoria, el pelo rubio sobre el hombro.
Mis ojos en vos se deslizaron hasta encontrarse con la versión de tu cuerpo que escupía el vidrio. Después me encontré conmigo misma. Mi expresión relajada, el cuerpo alivianado después del sexo.
Mis ojos mismos.
Temblé de miedo cuando los vi. Tenían una profundidad exagerada, eran más grandes de lo normal. Todos mis gestos dirigidos a vos en la más desbaratadora estupefacción de amor. Tan cálido era mi semblante, tan admiradores mis ojos que la expresión general divagaba entre la ternura y la estupidez.
Ahí estaba yo, medio desnuda, con el cuerpo cansado, acariciandote aún. Muriendo por vos.
Vos sonriéndome a mi.

Me decías(siempre me decías) que no podía mentirte a vos. Siempre fue cierto;

hoy te extraño tanto.

Pero es hora del punto final. Por siempre adiós.


1 comentario:

SuperFreak dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.