viernes, 28 de agosto de 2009

Parábola de los ilustrados

Veo la vida pasar como un cauce de sueños ajenos, aguardando que llegue mi momento de ponerme a navegar.
Entre los vaivenes que no experimento encuentro tu imagen, perdiéndose en las olas nauseabundas de la multitud. Lo que resta de felicidad en mí, que sólo es felicidad a costa del asqueroso suplicio de otros, se interrumpe al llegar el desasosiego de encontrarte lejos, de no poder aferrar tus manos con mis dedos quebradizos.
La pestilente humanidad corre en sincronía hacia el mismo lado persiguiendo un cebo tentador e irreal y no puede entenderme ajeno a la movilización de la clásica ambición popular, tan burda y vulgar.
El hedor de las esperanzas desmoronadas no puede impregnarse en mi piel, porque he encontrado la táctica necesaria para evadir el dolor. El tedio de la rutina y la putrefacción del olvido son ejes desconocidos para quien ha vivido una vida entre la sombras de la conciencia. Hay quienes nos hemos despertado a tiempo y descubrimos la manera de evitarnos las penurias y así permanecimos aislados, fuera del cauce de vértigo y excitación.
Sobre nuestras cabezas ronda un ave de rapiña, un apocalipsis de plumas negras esperando por que nos descuidemos y caigamos en el desconcierto general, para enredarnos con sus hilos y sumarnos a su carnaval de marionetas grotescas.
Debemos enhebrar audaces estratagemas para no caer en las trampas del ensueño desprevenido. Aprendimos la receta para no mezclarnos con la hipocresía colectiva y aún así envidiamos a los que lo hacen. Miramos con resentimiento su ignorancia, imaginamos un pasado en el que no nos separamos de ella y nos deseamos dentro del cauce de gente apurada, con preocupaciones nimias y efímeras.

El privilegio del amor se nos fue quitado. No hay tiempo en mí para los lujos de la amistad y el egoísmo. Soy parte de la entidad anónima que ata cabos y es artífice de lo que llaman destino. Los placeres físicos son costumbres insignificantes que maquinan nuestros cuerpos abnegados y atreverse a exponer lo contrario es sellar una carta de exclusión hacia la vaciedad de lo cotidiano, es resignarse a fluir con la tentadora corriente.

Aquí somos más necesarios. Aquí protegemos la equidad de los estados y, en el fondo, nos volvemos cada vez más cómplices del mecanismo al que nos oponemos. Somos pocos. Somos los señores de la verdad y de la comprensión infinita, somos el solitario secreto de la vida.

Somos espíritu y lloramos a oscuras lo que hemos perdido. Somos carne y festejamos a gritos lo que hemos ganado.

Somos polvo luchando contra el vendaval y cortando hilos aquí y allá. Para multiplicarnos, para triunfar contra el conformismo módico. Para hacer luz y despertar conciencia, arrastrando a otros a la orilla, a salvarse del cauce feroz y a formar parte de nuestras codiciadas filas.

Pero, aguarden…No salvaremos a muchos, ¡Jamás perdamos la virtud de nuestra estirpe!

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