sábado, 15 de mayo de 2010

relax, entertainment.

Iban eludiendo reglas, cojiendo tras bambalinas.
Iban encontrando espacios donde olvidarse de que afuera existía una vida.
Algunos abandonaron los mimos que el té de las 5 les regalaba, para irse a correr conmigo entre los cruces de la autopista. Otros patearon el tablero y gritaron jaque mate cuando ni siquiera eran las once.
Vivían del vino agrio regalado por sus vicios y del neón resplandeciente de la ciudad. Y del sudor de los sueños que vienen y que van.
Que aparecen y se van.
Que se sepultan entre ellos para robarle ratos de ocio a los cuernos que la soledad les metió.
"Ya no hay ganas de seguir el show, ni de continuar fingiendo";
caen las persianas de otra noche y ellos vuelven a despertarse contra los borrones de identidad. -Acá termina el viaje, señores. Pasénme el boleto. Esta ciudad no da para más.

Debe ser una historia mal contada, que otra vez vayan a la deriba de la suntuosidad marginada, que limen con estimulantes las ganas de nada y se limpien la prudencia con seda de cartón.
Y después caen en la cuenta de que el imán perdió el efecto residual y se alejan saltando para perseguir alguna puta que se les escapó por irse a contrabandear emociones de vértigo mayor.
Así tuercen los gestos pálidos y se meten las manos en los bolsillos. Así nos escondemos de la maldita costumbre de guionar el futuro, de jactarnos de escupir sobre Washington mientras soñamos con Nueva York, de correr la cara cuando el estremecimiento dice que sí.

Nos vamos a pisar margaritas, a juntar amapolas,
a saturar la mente con vértigos de frenesí,
a machucar con los puños la pestilencia de este agujero,
por si las dudas te digo,
pero recomiendo que nadie quiera venir.

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