viernes, 15 de abril de 2011

Morning moon, touch me.


Lo increible, lo que rompió la receta de siempre, es que esta vez el tiempo tuvo poco que ver.
Porque era linda, por ahí, o porque tenía esa sonrisa del sol y de Rey Midas y de abrazo a la vez.
O porque era más dulce, porque se apuró en ser una buena casa y, aunque también estaba ella desahuciada, me dejó entrar.
Como si fuese un ilusión vana (pero tan real también); de cosas que no le habían pasado al frío que siempre hace por acá, de ojos divinos y de besos suaves y lerdos; y del sexo que no fue.
Como una sátira en un documental de ficción sobre ese cuento chino de la vida y su sarcasmo de nunca acabar.
No debería haberse ido, no. No justo cuando llegó con el beso sobre la herida y la sonrisa así de dulce. Por dios, como me perdió la sonrisa.
Se me llenó, derrepente, la cabeza de clichés y frases armadas, de esas que siempre tenemos entre los dedos queriendo escapar, pero son estupidas, nos dan verguenza, ya sabés.
Tal vez te idealice ahora porque me quedaste lejos, en otra dimensión y no nos queda ni una oportunidad. Entonces es fácil soñarte como lo ideal. Pero es lindo así; saber que nos queda un abrazo en la cama a donde sea que vayamos. Eso es lo que yo soñé desde siempre para mi, no se vos, pero así lo quise yo; ¿ No nos hubiese quedado bien la vida así?
Lo dejé como una cuestión penditente desde que la vi esa vez y sigue pendiente ahora. Debe ser porque la conocí.
Perdí mi hilo hace tiempo y no me acuerdo sobre que quería contarte. Básicamente que quiero que vengas por acá y que me digas que te querés quedar. No sé que más, será me obliga a quererte tu recuerdo instantáneo, no sé.


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