jueves, 27 de enero de 2011

Cosmic blues.

He aprendido que no vale la pena esperar toda una semana por un día de fantasía.
Que no existen los estados equivalentes. Lo que se da, se da; y lo que se gana no tiene nada que ver con eso. Que por ahí se trata más de dar que de conseguir algo a cambio.
Siempre supe que la soledad es la más relajante de las poesías. Multitud no es compañía. Y nada es para siempre. Basta (y se necesita) un pequeño puñado de amigos para estar realizado.

Que la mayoría de la gente tiene menos de gente que yo de matemática. Y todos viven enredados en el vaivén inconciente del día a día.
Nadie nunca se para en la mitad de la ciudad a ver los edificios y al sol entre los árboles. Nadie nunca se toma un rato para enfocar desde otra perspectiva.
Aunque también aprendí que muchos no son lo que esperábamos. Que el más cercano puede cagarte la vida y que siempre hay desconocidos que llegan y son el respiro que necesitábamos.

A veces se me olvida que exigencia y perfección no siempre tienen que ser el paradigma. Que de hecho no lo es, es simplemente una meta propia. Pero que sin ese proyecto es fácil olvidar lo que queríamos desde un principio.

Entendí que la historia siempre se repite porque el hombre está más cómodo así.
Entendí que los que suelen ser héroes no se pueden tomar el tiempo de amar.

Que es una estupidez soberana discutir por fé, preguntarse que sigue después y manejarse según el cuento boludo de siempre. Da lo mismo mientras que sepa exprimir la vida lo máximo posible antes de que se acabe.
Que definitivamente me da más felicidad sentarme a ver la lluvia, con un pucho y una canción que ninguna otra cosa en la vida.

Todos ya deberíamos saber que el cuento de la otra mejilla es una cuestión que se inventaron los que saben que siempre van a ganar y que aceptó una manga de conformistas demasiado ignotos como para darse valor.
Y por ende hay que entender que no es lo mismo ser perseverante que ser boludo, que hay una linea entre ser paciente y ser iluso.

Entendí que los problemas más grandes son los que empiezan un día común, un martes soleado por la tarde, cuando uno anda distraído con la vida.
Y que las mejores soluciones son las que valen la pena.
Aprendí que amo las sorpresas,
que detesto a Cohelo y a sus redundancias baratas.
Que a veces hace mejor gastar una tarde leyendo
que ocupándose de vivir,
que todo tiene que tener su cuota de show.
Que no importa con que lo combinen, odio el arroz.
Aprendí, después un tiempo, que lo que más cuesta tener es lo que más se quiere.
Que hay cosas por las cuales sacrificaría muchas otras.
Que existe la posibilidad de morir de felicidad por escuchar mi nombre en la voz de alguien más.
Aprendí que el amor es la extravagancia más linda del mundo. Que uno siempre elige ponerlo antes que cualquier cosa, que solemos olvidarnos de los problemas cuando está ahí, siempre para nosotros.
Que mi parte preferida del es la que le sigue al sexo exagerado y le precede al momento de dormir, que es ahí cuando es posible olvidar todo lo demás y no importa nada más que el momento.
Pero también aprendí que perder a alguien y encontrarse perdido no es más que una parte más del juego. Siempre hay alguien buscando encontrarte, que te sonríe con dulzura y comenta que no le molesta ser quien te tenga que coser el corazón.
Perderse es sólamente motivo de encuentro.

Que todos somos hipócratas y falsos. No importa cuanto se pueda negar. Nadie escapa al instinto. Lo que pasa es que a veces es más lo que se necesita sobrevivir que lo que se quiere vivir.

Que el optimismo es ilusión, pero de vez en cuando hace falta.
Que el pesimismo siempre es más realista.
Que la realidad no es siempre necesaria.


No hay comentarios: